Entre 1972 y 1973, José Luis Zabala, junto a otros dos Chicago Boys, redactó El Ladrillo, un documento técnico que serviría como hoja de ruta para el modelo económico y político implementado durante la dictadura cívico-militar a partir de 1975, y que aún tiene vigencia.
Pablo Lillo, Doctor en Sociología de la Educación por la Universidad de Uppsala (Suecia) e investigador de la misma (y también investigador postdoctoral en la Escuela Sueca de Bibliotecología y Ciencias de la Información de la Universidad de Borås) recita casi de memoria la sección dedicada a la educación en el texto que encarna la transformación chilena, y explica cómo en el país se instauró un modelo económico y político que impactó profundamente la educación institucionalizada, y que presenta una arraigada fe en la meritocracia.
En el documento, en referencia a la educación se menciona lo siguiente: “El cobrar el valor real de la educación superior a los educandos tendría grandes ventajas [ya que] dado el costo de la educación, los educandos desplegarían al máximo su esfuerzo para aprovecharla; de esta manera dejarían de existir los alumnos eternos y los que van a las universidades a ilustrar su holgazanería”.
Sin embargo, para Lillo, el legado de El Ladrillo va más allá de la promoción de políticas de privatización y mercantilización de la educación superior. El académico explica que pese a que la evidencia demuestra que la educación chilena carece de un carácter verdaderamente transformador y que además perpetúa profundas desigualdades estructurales, esto permanece oculto tras una fachada meritocrática difícil de desmantelar.
Para el investigador, lejos de ser una coincidencia mística o una jugada del destino, el hecho de que el mismo Zavala incursionara en el negocio de la educación como socio mayoritario de la Universidad San Sebastián (USS), llegando a presidir su Junta Directiva e incluso a ocupar el cargo de rector de la casa de estudios, es un ejemplo concreto de que existen trayectorias que dan cuentas de la consolidación del poder de las élites en la educación institucionalizada en Chile.
El además pedagogo en lenguaje explica que existe un circuito de universidades que ofrecen mecanismos que actúan como “refugios” para estudiantes de élite que no alcanzan el puntaje necesario para ingresar a carreras tradicionales de alta demanda. Estas estrategias les permiten eludir carreras percibidas como de segunda categoría y, finalmente igual, acceder a programas emblemáticos como Derecho o Medicina.
Esto no es ilegal ya que en Chile existe el derecho a la libertad de enseñanza y“las universidades privadas, en este caso, pueden hacer lo que quieran dentro del margen de la ley, y esto está perfectamente dentro del marco legal, como pagarle el sueldo millonario a Marcela Cubillos”, señaló Lillo.
RANKINGS: NO TODAS LAS CARRERAS SON IGUALES
Cada enero, tras la rendición de la PAES (antes PTU, PSU y PAA), el Departamento de Evaluación, Medición, y Registro Educacional (DEMRE) de la Universidad de Chile analiza el ranking de las carreras más postuladas, desatando un intenso debate mediático. Este año, por ejemplo, la carrera de Derecho descendió al séptimo lugar en comparación con 2023, cuando ocupaba la cuarta posición.
Pero para Pablo Lillo hablar de carreras universitarias como Derecho de manera “abstracta” o general no tiene mucho sentido: “hay que hablar de Derecho en la Universidad Católica, Derecho en la Universidad de Chile, Derecho en la Universidad de Concepción porque no son la misma carrera”, explica el experto en educación.
Lillo no alude a diferencias técnicas en la enseñanza del Derecho entre universidades ni a la distinción de los diplomas que estas otorgan. Más bien, destaca que el estudiantado interactuará inevitablemente con personas de carne y hueso, quienes influirán en su desarrollo, moldeando el lugar o la posición que ocuparán como profesionales en el futuro.
Además, señala que “no existe un estudiante en abstracto que postula a una oferta ilimitada de carreras”, en el sentido de que cada persona llega a la universidad con una trayectoria propia, influenciada por su paso por determinados colegios o liceos y por los recursos heredados de su familia, los cuales no se limitan al ámbito económico, ya que incluyen también aspectos culturales intangibles.
“Muchos de los que son hijos o hijas de abogados, que vienen de dinastías de abogados, les va mucho mejor porque conocen a los profesores, porque conocen qué significan las palabras jurídicas o las palabras propias de la profesión. Y eso se traduce después en notas, se traduce en con quién se juntan. Se van formando ciertas redes sociales que se van afianzando a través del estudio”, declara el investigador.
Prosigue Lillo comentando que “es típico que el hijo del abogado A se conoce con el hijo de abogado B; si es que no se conocían ya del colegio privado del que salieron para entrar a la carrera. Y después cuando salen si es que no los ponen como directores de carrera de una universidad privada, por ejemplo, ponen algún estudio jurídico juntos en donde el apellido pesa porque en la comunidad jurídica se conocen los apellidos. Y así fundan y configuran una ‘marca’ que van heredando independientemente que sean buenos o malos abogados”.
Así, uno de los principales problemas que el investigador identifica es la tendencia a abordar conceptos como “estudiante”, “carrera” e “institución” sin considerar los casos particulares tanto de las instituciones como de las personas que postulan a ellas, ya que estos factores tienen un peso significativo que va más allá de cualquier rendimiento académico que pudiera calcularse.
LA EDUCACIÓN NO NECESARIAMENTE TRANSFORMA LA SOCIEDAD, SINO QUE LA REPRODUCE
Otro asunto que llama la atención del doctor en sociología es un dilema similar al “del huevo o la gallina”, que surge al abordar el impacto de la educación en la sociedad. Subraya que rara vez se discute el cómo la sociedad influye en la educación, y solamente se menciona al revés: que la educación es transformadora de la realidad social.
Hablar de que los sistemas educativos afectan la estratificación social es invertir el orden de las cosas, explica Lillo. En su opinión, discursos como el del acceso democrático a la educación superior o el de la gratuidad están más relacionados con fortalecer la identidad nacional que con ampliar el conocimiento de las masas o elevar el espíritu colectivo.
Lillo indica que los sistemas educativos institucionalizados surgieron en Europa durante el siglo XIX y se consolidaron en América Latina como un aparato del Estado que fomenta la identidad nacional. Según él, esta es su función principal, y no es que se haga de manera deliberada, sino que así lo demuestra la evidencia histórica sobre su evolución.
El experto ejemplifica preguntando ¿cuál es el valor práctico y directo de saber calcular la entalpia (la medida del calor contenido en un sistema fisicoquímico, que es clave para entender cómo la energía fluye y se transforma) para un hijo de un pescador o de otro trabajador que no forma parte del ambiente intelectual?
“Sirve poco (…) si uno se sienta a conversar con ellos sobre cuáles son los ramos que realmente ayudarían a tener una vida mejor podrían pensar, por ejemplo, en administración de la economía del hogar, incluso cocina, o temas de educación cívica, o educación emocional, pero nada de eso o muy poco de eso es lo que entra dentro del curriculum”.
Sin embargo, expone que, como sociedad damos por sentado que matemática, química, o biología estén divididos y categorizados como temas fundamentales del conocimiento, pero “ninguna lógica o ningún principio de la naturaleza determina esas decisiones; han sido tomadas a través de la historia en procesos sociales. Entonces, están tomadas en espacios de poder. No las puede tomar ni discutir cualquier persona”.
Menciona además que, en Chile, y en el mundo, se piensa que la educación es una herramienta transformadora que ayuda a las personas, y a la sociedad en su conjunto, a salir adelante y prosperar, asumiendo que el currículo escolar o el de la educación superior, por sí mismos, son catalizadores de la transformación social, lo cual es en un error, ya que la educación institucionalizada no cambia a la sociedad.
“El choque más grande está dado porque los estudios sobre sistemas educativos a nivel básico, medio, y también sobre de educación superior (que es donde me especializo yo) demuestran que la educación —en tanto sistema institucionalizado— es un órgano de reproducción social y no de transformación social necesariamente”, añade el experto.
PRUEBAS ESTANDARIZADAS: LOS RESULTADOS DE LA PAES 2024
De acuerdo con Lillo, la idea de que se va a la universidad a invertir para surgir de manera individual se entremezcla con la noción cristiano-católica del sufrimiento: tener que sufrir para merecer el cielo. Esta combinación permite que la fe en el mito de la meritocracia cobre sentido en el terreno educativo.
Por esto, el experto en educación manifiesta que llega a ser casi cómico que en vez de felicitar al alumnado por incrementar sus puntajes en la PAES de Matemática de 2024 inmediatamente se asuma que “está entrando gente más tonta a la universidad”, como han expresado diversos comentarios de redes sociales.
“Después de que estamos hablando por años de que queremos acceso masivo a la universidad porque la universidad es la forma de surgir en la vida, empieza a haber ingreso masivo a la universidad, y es como: ¡Oh, está entrando cualquiera ahora a la universidad!”, expone Lillo.
Añade que es una contradicción que deja en evidencia lo problemático del discurso meritocrático, y su falsedad, pero que es de hecho una buena manera de observar en carne propia que la educación no es necesariamente la forma para cambiar a la sociedad.
Más en detalle, Lillo explica que las pruebas estandarizadas como la PAES o el SIMCE están limitadas por “qué es lo que se mide y cómo se puede medir, y qué es lo que se cree que es relevante de ser medido”.
“En un SIMCE, de hace varios años, se hizo la pregunta de que, si tengo 10 ovejas en un corral y abro la puerta, salen 2, ¿cuántas ovejas quedan? La razón matemática abstracta nos dice que tengo 10 y salieron 2; eso son 10 – 2 = 8. El problema es que en las comunidades rurales en donde los estudiantes viven con ovejas saben que si sale una oveja del corral las otras la van a seguir, entonces respondieron 0”, anecdotiza Lillo.
También relata con mayor profundidad que este tipo de pruebas miden una forma de relacionarse con el conocimiento que existe, que es real, y que es objetiva, pero que a su vez tienden a seleccionar la coincidencia con la trayectoria, las costumbres, la forma de relacionarse con el mundo, de una clase social determinada.
“Esa clase social determinada es precisamente la que está en el poder y es la que negocia, discute, y al final define cuál es el curriculum [académico]” en una suerte de ciclo“que sigue una inercia social que va más allá de los individuos, va más allá de los grupos, y va más allá del tiempo presente. Esto es histórico y social”, explica el investigador.
Por otro lado, el académico destaca que cuando se discute sobre los resultados de la PAES, se está hablando de un promedio, y como medida o punto de referencia, este es poco útil, ya que las unidades, en este caso los estudiantes, no son equivalentes.
También señala que no existe igualdad entre los estudiantes, ya que Chile es un país desigual, y esa desigualdad se traduce en clase social. Explica que no sólo el dinero influye en la preparación para la PAES, sino también el acceso a recursos como libros y conocimientos tácitos, que están disponibles en algunos hogares y no en otros.
El experto menciona que, si bien la meritocracia pareciera justa ya que implica que, de acuerdo con sus méritos y cuánto se esfuerza una persona ésta obtiene resultados, el problema es que “hay estudiantes que parten la carrera antes o que parten la carrera con un equipo que les ayuda mucho, y tiene mucha más ventaja que el resto. La carrera no es igual para todos”.
Y respecto de quienes tiene mayor ventaja, pero aun así no cumplen con los requisitos de selección, hoy en día Pablo Lillo trabaja en una investigación postdoctoral estudiando cómo estudiantes de élite que no obtienen el puntaje necesario “para entrar a la carrera correcta en la universidad correcta” poseen estrategias que les permiten evitar carreras alternativas en términos de ranking o de apreciación social, y acceder igualmente a la carrera que desean.
LAS ESCUELAS REFUGIO Y SU ROL PROTECTOR
Lillo señala que, aunque la evidencia actual es escasa, se observa un fenómeno particular: la existencia de espacios que operan como salvaguardas para estudiantes de élite que no cumplen con los exigentes requisitos del sistema meritocrático, permitiéndoles acceder a universidades consideradas adecuadas y garantizar las posiciones de poder que les corresponde heredar.
Esta oportunidad para incorporarse a la competencia meritocrática y evitar perder su estatus socioeconómico, ofrecida por establecimientos como la Universidad de Los Andes, puede ser descrita como una «escuela refugio» tomando el concepto de Pierre Bourdieu y Monique de Saint-Martin descrito en su libro La nobleza de estado, detalla el investigador.

Para Lillo, los programas de Bachillerato en Medicina, en Derecho, y en Ingeniería Comercial donde los estudiantes con los mejores promedios son transferidos a las respectivas carreras, no están al alcance de cualquier bolsillo, ya que solamente un grupo limitado es el que a pesar de no haber obtenido el puntaje necesario para ingresar directamente a esas carreras puede acceder a ellas a un costo que puede llegar a significar hasta 17 sueldos mínimos por arancel.
El profesor-sociólogo explica que, si bien su investigación es limitada al centrarse únicamente en datos cuantitativos del DEMRE, ha identificado la existencia de un circuito distintivo que va más allá de la Universidad de Los Andes.
“Uno de los hallazgos más interesantes para mí —de estas carreras específicas que existen para «salvar» a estos estudiantes— [es que] puedes ver que hay una especie de circuito al que estudiantes de élite tienden a postular de manera desproporcionada en relación a otros grupos sociales. La Universidad de los Andes, la Adolfo Ibáñez, la del Desarrollo, y la PUC (todas privadas, y sólo la última tradicional) concentran hasta 7 veces más postulaciones de estos grupos. No son todas las universidades del país las que entran a este baile”, expone Pablo Lillo.
MOVILIDAD SOCIAL Y EDUCACIÓN
“Si has tenido la oportunidad de conversar con personas que pertenecen a la clase dominante —que han salido de colegios particulares pagados, que sus papas han sido ministros, que trabajan siempre cerca del poder, o que están en partidos políticos tradicionales, y están en posiciones a las que han llegado porque estudiaron cierta carrera en cierta universidad, conociendo a ciertas personas— ellos creen que están en ese lugar porque se lo merecen”, declara el académico a Pixel25.
También explica que, en sus entrevistas de campo, se encuentra con testimonios de personas que creen firmemente que quienes están en el poder, y han permanecido allí durante años, lo están porque son más inteligentes y lo merecen más que el resto.
Esa creencia, señala Lillo, está profundamente arraigada no sólo en las élites, sino también en el resto de la sociedad, y es precisamente esta aceptación generalizada lo que le otorga tanto poder a este tipo de discurso y permite que continúe reproduciéndose, perpetuando su influencia, y haciéndonos pensar que “si estudio en este colegio, y después sigo esta carrera (por más plata que me cueste, por más que después tenga que seguir pagando el CAE) voy a salir adelante” o que “si voy a universidad, si tengo un cartón, entonces voy a poder surgir en la vida porque voy a tener una mejor pega”.
Si se mira a la educación así, el efecto resultante es empobrecedor —dice el científico social. Ya que cada vez más personas se inscriben en las mismas carreras, como ha señalado la misma directora del DEMRE, lo que genera un futuro impacto en el mercado laboral de esas profesiones, provocando una caída en los salarios.
Además, señala que, como efecto secundario, ciertos sectores sociales acumulan deuda bancaria debido a sus estudios, lo que limita su capacidad de acceder a vivienda futura. Esto, finalmente, contribuye a reproducir la misma estructura social de antes, pero con una población sobrecalificada y afectada por el desempleo o el trabajo precarizado.
Un ejemplo de esto menciona Lillo es “la fuga de cerebros”. Ya que en Chile no existen las condiciones adecuadas para realizar investigación profunda, existen personas altamente calificadas, que realizan postgrados, ya sea dentro o fuera del país, que terminan yéndose al extranjero o no regresando, pues no encuentran el espacio para desarrollar su potencial en Chile.
Por su parte, Pablo no niega que las personas puedan ascender en términos sociales, pero enfatiza que su impacto debe observarse en perspectiva. Más que sólo medir el avance respecto a los padres, propone considerar también a los abuelos e incluso bisabuelos. Ese análisis revela que el efecto de la movilidad social es mucho más limitado de lo que a menudo se presume, pareciendo más un sube-y-baja entre una generación y otra.
Este vaivén rara vez logra romper definitivamente las barreras que permitirían un cambio duradero, como lo sería alcanzar riqueza generacional para asegurar una estabilidad económica sostenida en el tiempo, afirma el académico.
En este sentido, reafirma que la educación, entendida como un sistema educativo institucionalizado, actúa más como un mecanismo de reproducción social que como un agente de transformación, y que la evidencia, tanto en Chile como a nivel internacional, es abrumadora al respecto, existiendo innumerables estudios que así lo confirman.
Ante la pregunta de ¿qué se puede hacer para tener una educación más democrática en Chile?, Lillo concluye que:
“Más allá de qué tipo de escuela queremos copiar para tener una sociedad más justa, tenemos que mirar al modelo económico, tenemos que mirar al modelo político, y después preguntarnos de nuevo qué sociedad es la que queremos reproducir y eso tratar de inculcarlo a través de la escuela. Es quizá, no la típica respuesta que uno esperaría. No pone mucha esperanza en términos de la educación”.
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